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miércoles, 8 de febrero de 2012

Así es la vida, nacer y morir.

Ángel de la pena. 1894. William Wetmore Story. Lápida a la memoria de su mujer "Emelyn" en el Cementerio Protestante de Roma.



He vivido, ¿mucho, poco? Supongo que es una medida relativa; pero lo cierto es que creo que he vivido lo suficiente para expresar todo lo que sigue.

 El mundo que conocemos y que se adhiere a nuestras vidas como una compleja tela de araña, puede significar el escenario de la supervivencia o el fondo del abismo donde caemos y quedamos atrapados inexorablemente. Ese mundo nos proporciona unos lugares excepcionales, singulares, caprichosos, fundados por la inspiración humana, es cierto: existe la bondad del ser humano, el amor al prójimo, la fraternidad, el decoro, la civilización, el compromiso, el altruismo, incluso los milagros (laicos o sociales, entendámonos) y, a veces, gracias a todas estas cosas, caemos en la cuenta de que no es tan malo como, muchas veces, pensamos. Pero, sin embargo, existen en este mundo espacios fijos, firmes, concretos que siempre se reservan a las desigualdades, la injusticia, la iniquidad, el odio, las guerras, el oprobio, la mezquindad, la tortura (física o moral), la cerrazón humana,…

 Tomando lo dicho como punto de partida, he descubierto que el único lugar donde puedo entender que la vida se supedita a un mundo justo, noble y respetuoso es un cementerio. En un cementerio, la gente que lo “vive” se respeta, es amable, ama al prójimo. La gente que “vive” allí es igual a los demás hasta que no realiza una labor excepcional. En una verdadera comunidad, cada persona tiene su lugar de honor según su vida, es reconocida, venerada. La muerte concilia a la gente, la armoniza, la calma y la exterioriza hasta formar de sí misma una imagen de verdad. Quizás el único momento que se compara a la muerte, en este aspecto, es el nacimiento; el cual tiene el mismo poder de confortación que antes he expresado. Pensad en todos los demás momentos de la vida y tal vez no encontraréis ningún otro que concilie a tanta gente como esos dos instantes mencionados. Así es la vida, nacer y morir. Sólo se ajusta y es justa a toda virtud en esa brevedad; en lo demás siempre, al fin y al cabo, tiene algún defecto.

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