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jueves, 27 de noviembre de 2014

I EPÍSTOLA A NORA.


I EPÍSTOLA A NORA.
¡Qué feliz soy...Qué rápido suena eso, cariño! Algún día, cuando seas mayor, verás que tal vez tan rápido que sólo te dé tiempo a pensarlo y, entonces, ya se habrá ido. Por ese motivo, has de ser ávida a la hora de manifestar ese sentimiento de felicidad, tan efímero y esquivo en la vida... (Y tan consolador en la muerte).
Duermes ahora, Nora, pegada a tu madre y quizás a tu hermana, que trajina el sueño de cama en cama. Y así, acurrucada y en paz te quisiera ver siempre; como si aún vivieses en aquel espacio sobrenatural que recrea el vientre materno; como si de esa manera nada te pudiera hacer daño y, del mismo modo, no hubiera mejor guarda que la que te ha proporcionado tu madre; igualmente defensora, protectora y luchadora hasta el fin, con dientes y con garras, por verte indemne todos los días de tu, aún, corta vida.
 ¡Cuánto la has hecho sufrir en su soledad, sin ti!...Te cuento que naciste tan llena de sol y de luz, radiante como el cometa, tan fugaz, que tuviste que pasar unos días de sosiego (plomizos e interminables para nosotros) para curarte de tantas ganas que le pusiste a la vida. De tal forma, que el acontecimiento brillante y apoteósico de tu llegada se convirtió de repente en una oscura resaca. Tu madre, la cual sufrió como no espero verla jamás, se vio obligada a soltar tu cuerpo, a cada rato, para dejarlo dormido en aquel horrible lecho que, sin embargo, te estaba curando y, en aquellos momentos, le veía el abismo en sus ojos, profundos de dolor y encarnados de llamas de impotencia para luego, a cada hora, volver a rescatar tu cuerpo con una mirada que, aunque inyectada de la más sobrecogedora ternura, no disimilaba la hiriente cercanía de tener que postrarte de nuevo en aquel cubil, haciendo de aquello el relato propio de una tortura.
 Yo te miraba con tal intensidad que mis ojos eran brazos y te envolvía en ellos, transportándote a mi alma. En aquellos días, intentaba paliar el miedo feroz de la incertidumbre, intentando enterrarlo en un foso oscuro de mi mente pero, día tras día, se repetían los golpes de la conciencia, “¿nos estará oyendo?, ¿estará bien del todo?, ¿Cuándo lo sabremos?...” ¡Qué tormento, por favor!, no se lo deseo a nadie, no me quiero ni imaginar qué podrán sentir esos padres que afrontan graves enfermedades o pérdidas de sus hijos. Nunca me he parado a pensar en el Infierno pero, sin leer a Dante, me lo puedo imaginar cavilando en estas cosas...
Eres una niña sonriente, una miniatura de tu mamá; y tienes el poder, como ella, de sonreír para que todo luzca y se apaguen las penas. Cada vez que vislumbro el perfil de vuestros labios insinuando ese gesto, se me llena el alma de diamante y entonces algo hace que se diluyan y caigan lágrimas como perlas desde mis ojos. Qué afortunado por llorar así,... ¿sabes, cosa bella, que lloramos y sonreímos a la vez cuando nos dijeron que estabas sana y que, de pronto, hubo un arco iris temprano en nuestras miradas que nos devolvió nuestras vidas como si, de nuevo, aquel espejismo nos las regalara? No olvidaré jamás aquella convulsión de emociones y aquel instante en que nos dijeron que estabas sana, lozana, rolliza, pepona y, cómo no, sonriente.
 Ah, mi dulce bien, cómo te gusta pegarte a tu madre, cómo te estrechas en su cobijo y recibes todo su amor y nada queda entre vosotras porque todo excepto el aire ya no existe entre las dos; tú te alimentas ahora lactando y tu madre se alimenta de tu respiración. Atrás quedaron los males, las soledades pasajeras, los temores y la desesperación; estoy escribiendo y quizás ahora mismo sigas dormida junto a tu nodriza madre y junto a tu hermana que, ay, si la vieras, cuando te besa, cuando te come, cuando te aprieta y te dice cosas como “pequeñita o patolas o cualquier cosa que se pase por su loca imaginación”. A ella, mi Dafne amada, también le tocó sufrir, apartada de su mamá en aquellos ratos en los que aún llegaba el oxígeno a su corazón a través del invisible cordón umbilical de vínculo milagroso que se apoderó de ellas desde el día en que nació tu hermana. Y que ahora también posees tú.
Pero, finalmente, todo salió bien...Abrimos la puerta de casa los cuatro juntos y la cerramos igualmente a la congoja de aquel episodio. La vida sigue y la felicidad es una corriente en nuestros días. Algo que he aprendido es que, unidos, no habrá meandro que impida que este río siga su curso hacia donde quiera que vaya su rumbo.
Sólo quería decirte una última cosa...eres miembro de una gran familia, de cuyos miembros eres su culminación, de cuya ilusión aún eres novicia pero que en ti se encierra y que para cuando leas esto, sólo espero que seas la misma cosita bella, un poco más grande, para que al mirarte bien, me siga viendo feliz, al igual que lo soy hoy, por tenerte así.
Te amo, Nora.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Por una noticia trágica...



En este día como cualquier otro,
 Dejadme por un instante que piense
Si existe algo más trágico que esto:
“Madre e hijo separados por la muerte”
Y si ya son de lágrimas tus ojos
Porque la sensibilidad retuerce
Las fibras anegadas del espíritu,
Espera que aún hay algo más hiriente:
“ Ese bebé sin madre, - brizna y hoja
De otoño endeble -, a los tres días muere.”


Os canto sin sonrisa
Pues la sonrisa duele
Cuando la pena daña
Como si no doliere.

lunes, 3 de noviembre de 2014

No es nacer, vivir.


Este poema está dedicado a la memoria de la joven norteamericana, Brittany Maynard, de 29 años, que, a consecuencia de un cáncer terminal, decidió morir tranquilamente en compañía de sus seres queridos.
Es cierto que nos regalan la vida
Pero no nos explican, ¿Qué es vivir?
Y yo pienso que el punto de partida
Es nuestra facultad de decidir…
Saber y sentir son, en sí, la medida
De nuestra voluntad y provenir;
De eso, versa la idea contenida
En esta frase: “No es nacer,...vivir"
Vivir es el conjunto de emociones
Que demuestran que somos diferentes
En el sentir de nuestros corazones
Y en el imaginar de nuestras mentes;
Por eso, de entre tantas decisiones
Querer morir, es vivir…si lo sientes.