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lunes, 26 de marzo de 2012

Puertas...

Puerta del paraíso en el Baptisterio de Florencia. Lorenzo Ghiberti. 1452. Renacimiento.

Muchas puertas ha habido en mi vida después de aquella puerta de mis albores, a través de la cual accedí a una sala de infancia e inocencia, a un lugar de juegos y de recreo y a un aula de enseñanza elemental y de vivo entendimiento. Cruzar aquel umbral siempre me ha producido una agradable sensación retroactiva de paz y de regocijo, habida cuenta de que aquella estancia supuso para mí probar las mieles de la existencia, la dulzura del ánimo y la melaza de la aprobación de todos mis deseos. Pero, sin embargo, aquella puerta tenía otra cara plomiza, contraria a la fachada dorada de la que hablaba, que traía aderezada, invariablemente, la amargura del tiempo, la distancia y la añoranza y el inexorable hecho de que, aunque todos la hemos abierto, todos también la hemos cerrado en algún momento.

Oh, puerta dorada y principal,
Cerrado e impotente desconsuelo
Me asola por descuidar tu llave
Y consentirla en manos del tiempo.

A partir de entonces, los tres huéspedes que me trazan el rumbo, mi alma, mi corazón y mi mente, han ido abriendo puertas, sin tiento alguno, muchas de ellas ingratas: qué he de contar de todos los errores que he cometido, tan flagrantes y empecinados, que me han marcado este lugar en mi vida, esta isla (la de mí mismo) que hasta hace apenas un par de años no ha sido, precisamente, un paradero para esa “x” que siempre marca la situación de un tesoro.
 Algunas otras puertas, han sido duras, una vez abiertas, dado su fuerte encomio y mi profundo encono para con ellas. Recuerdo, primero, la puerta que se me abrió para encerrarme en la muerte de mi abuela. Aquella fue una cerrazón inolvidable de lágrimas y de pena. Luego la que trajo la muerte de mi abuelo, una puerta que traspasé para encontrarme con un vertedero de agrias sensaciones y, entonces, otra puerta, aún si cabe (por permanecer tan largo tiempo abierta) más virulenta, la de mi padre, que me ha alojado en un complejo de alcoholes sin-sabores.
Otras puertas fueron, en cambio, más predecibles,… Las unas hipócritas, las otras mendaces, las éstas miserables, las aquéllas odiosas… Y es que…

El mundo es un castillo lúgubre,
De tétricas y viles formas,
De abominables criaturas
Y de agonizantes mazmorras.

Sin embargo, hace ya más de dos años, abrí una puerta, la abrí de par en par y con tanta fuerza que creí que la quitaba de sus goznes (como un tornado mismo). Y es que aquella puerta traía el calor y el color a mi vida…Puede ser que no viviera en Arkansas, ni que tampoco me llamara Dorothy,…Pero sí que es cierto que vivía en blanco y negro, como ella; y que no fue hasta que encontré el amor de estas preciosas criaturas (mi amada esposa y mi hija) que no supe lo que era un mundo de placer multicolor, lo que era la alegría como un prisma de todas mis emociones o la pasión como un sol que alimentara una naturaleza viniendo a la vida de forma respetuosa, apacible y abnegada.

Oh, puerta de entrada a un templo
De helénicas proporciones,
Sois el Museo de mi Alma
Y el Hogar de mis Amores.

Quiero acabar este texto, no sólo mostrando mi júbilo en prosa y verso, sino también en canto. Por eso, no veo mejor ocasión que ésta para entonar la inolvidable canción que cantaba aquella triste y soñadora niña que supo que vivir y soñar eran lo mismo, al fin. (Igual que lo supe yo)

Así es nuestro cantar:

Somewhere over the rainbow
Way up high, 
there’s a land that I heard of
once in a lullaby.

Somewhere over the rainbow
Skies are blue, 
and the dreams that you dare to dream
really do come true…

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