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sábado, 10 de marzo de 2012

Staffa

 En mis viajes (¡qué bien suena!) he tenido la fortuna de encontrar aquello que andaba buscando; no obstante, tal apreciación por mi parte, es importante matizarlo, no tuvo nada que ver con la suerte sino, más bien, con la premeditación…Y es que hay lugares para mí tan caros (¡pero son tantos!) que una vez de cuerpo presente allí, puedo afirmar aquello tan manido (pero no tantas veces tan acertado como en este caso) de que “hago realidad mis sueños”. Algo tan sencillo como poner mis pies (y debo decir, poéticamente mi alma y mi corazón) en ciertas latitudes, supone para ese sistema límbico de mi cerebro una sobrecogedora experiencia.

 Os hablaré aquí de una pequeña isla, la isla de Staffa. Una de las islas Hébridas situadas al Oeste de Escocia. Allá me dirigieron mi amor (mi inseparable esposa) y dos parejas (dos excelsas simbiosis humanas y dos sinónimos de amistad) en el verano de 2010. Sólo pensar, cuando íbamos embarcados en un pequeño bote en dirección a la isla, que estaba a escasos metros de pisar la isla me producía una excitación semejante a la que pudieron sentir aquellos conquistadores de antaño, cuando luego de avistar nuevos mundos, se disponían a profanar aquella tierra virgen.

 Pero, y ¿por qué tal excitación? Pues es muy fácil…A lo largo de los años, ese pequeño porción de tierra circundado por unas bellísimas formaciones de basalto (roca ígnea volcánica abundante en la tierra pero también presente en la Luna o en Marte, así como en los meteoritos) que, por cierto, a mí me recordaban (¡soy imposible!) a las teclas de un piano telúrico, ha sido visitada por varios favores del arte humano que han elevado la condición de su nombre a un sinónimo de ‘arte’, de ‘magia’, de ‘mito’.

 La Gruta de Fingal, ‘la boca de la isla’, es asimismo el referente, la especialización sobre la que aquellas almas inspiradas forjaron unas obras fascinantes y gloriosas que llegarán desde el siglo XIX hasta nuestros días con el mismo eco magnético que sentí en mis adentros, hipnotizado, ante tal prodigio de naturaleza.

 Felix Mendelssohn, el extraordinario joven compositor alemán, viajó por toda Escocia y visitó la isla en 1830. Se debió de sentir traspasado de parte a parte en su ser emocional (me lo puedo imaginar fácilmente) que al poco, mismo aún sobre la isla, su plectro asacó un poema sinfónico excitante, sublime que tituló Die Hebriden o Las Hébridas y que significa uno de los laureles de la música de todos los tiempos.


De igual forma, Joseph Mallord William Turner, el milagroso pintor inglés, visitó la isla en 1832 y de esa experiencia, surgió una pintura de desabrida y subyugante atmósfera vista desde el interior de la Gruta que deja muy a las claras la abstracción romántica que dicho lugar producía en todo aquel individuo mínimamente sensible.

Staffa.La Cueva de Fingal. J.M.W.Turner. Óleo sobre lienzo.1832. Yale Art Gallery.USA.
Staffa fue una visita que jamás olvidaré. En mis oídos sonaba la música de Mendelssohn, en mi retina se reflejaba la pintura de Turner y, así como muchos otros artistas, supe lo que es ver y oír el mundo desde la Gruta de Fingal.

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