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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Elegía por Beachy Head...


 La historia que precede a este poema surge de una familia inglesa, los Puttick; el padre Neil, la madre Kazumi y el hijo Samuel de cinco años.

 Samuel era tetrapléjico desde el año de edad, producto de un accidente de tráfico. Desde aquel momento, sus padres le dedicaron las 24 horas de cada día a su hijo para que su retoño pudiese llevar una vida lo más normal posible. Pero cuatro años más tarde, a Samuel le sobrevino una meningitis que, dadas sus precarias condiciones físicas, provocó que los médicos no pudiesen hacer nada por su vida. 

Finalmente, le dieron de alta para morir.

 Samuel moría a los pocos días. Sus padres, desconsolados, decidieron recorrer dos cientos kilómetros en coche hacia la costa, hasta el acantilado de Beachy Head. Llevaban dos bolsas consigo. En una de las bolsas, iban algunos de los juguetes de Samuel; en la otra, el cuerpo sin vida de su hijo…

 Neil y Kazumi se encaramaron hasta lo alto de Beachy Head y al borde del risco, se arrojaron al vacío abrazados a sus dos bolsas de viaje.
Lo siento, pero estoy llorando…



Beachy Head
Son millones de lágrimas de asombro
Las que atormentan esta costa inglesa
Movidas por una aflicción tan honda
Que hasta parecen demacrar la piedra.
Un velo compungido sella el cielo,
Se cierra toda luz de aquesta esfera
Que siempre se abre a la menor ventura,
Pero hoy se cierra a la mayor tristeza.
La muerte imberbe siega la más dura
Y profunda raíz de la existencia,
Dejando que un trivial viento se sirva
Como postrera nave a dondequiera…
Lejos moras, romántica impresión,
En esta acantilada y vil leyenda
Que cuenta, sobre dos cientos kilómetros,
Que una silente e insomne carretera
Hace alcanzar el fin del mundo a aquellos
Ya bastante azotados por la tierra.

***

Beachy Head, promontorio atizador,
De todas esas almas lastimeras,
¿Qué estipendio pudiste dar al tártaro?
¿Para brindar al hombre tu frontera?
Porque nada aprovechas sus espíritus
Vacíos y deshechos por la pena.
Esas blancas y enormes fauces tuyas
Demuestran tu desdén por la tragedia
¿Acaso puedes ser tan obstinado?
¿Que ya ni te consuela la inocencia?
Mira qué plácida la playa está,
Mira cómo el océano la alienta,
¿No podrías ser tú también vigor?,
¿O alivio igual que lo es allí la arena?
 Lo tuyo es el olvido, “todo muere”,
Pero no dejaré que por ti sean…
Las alas rotas. La criatura, polvo.
Los padres, sombras,… ¡Torpe Providencia!,
Di al menos mi elegía en su memoria
Y junto a ellos embarca este poema,
Para que el rumbo sea su recuerdo
Y no se vea del olvido, estela.

***

No os vais solos, admirados,
Mi alma y mi corazón besan
Las aguas que os mecen honras
Que el Dios Poseidón os premia…
Bruñido tálamo al sol,
Para esa morada vuestra,
Tendida a la paz del cielo
Y al tenor de las estrellas,
Para que veáis la gracia
De Apolo, ahora sí, eterna.
Para que sintáis que el lazo
De la familia os gobierna.
Y que marcháis en mis bolsas,
Bolsas de sangre, en mis venas.

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