En
ti veintitrés de Abril,
Que
eres un día de rosas
Por
aquel Jorge adalid
De
la galante persona,
Aquí
me tengo en tu atril
Luciendo
en horas ociosas
Este
libro, paladín
De
la más hermosa historia…
Buenos días, princesa…
En
el día de San Jorge, este caballero en que me has convertido rendido a tus
pies, claudicando al porte de tu belleza, es hoy por ti un símbolo de lealtad
eterna, del amor más fantástico y de la vida como leyenda. En el jardín que me
has alojado al amparo de mis emociones, lucen mil y una rosas rojas lisonjeras
de mi amor, de la pasión que se incendia a mediodía como el sol que irradia tu
mirada y del corazón que suspira al atardecer como esa luna que brilla
complaciente y delicada.
Mis días son las páginas del maravilloso libro
que me has regalado para que, lectura tras lectura, grabe en mi memoria cada
hora pasada contigo como versos de miríficas estrofas que mi mente recita a mi
alma y que aquélla, arrebujada en su alegría, recibe como cantos de emoción y llora.
Ah, esposa mía, ¿algún día sabrás cuánto
significas para mí? Quizás, cuando la vida crezca desde este retoño que es
ahora hasta el frondoso árbol en que se convertirá, comprendas en el murmullo
de sus verdes hojas bendecidas por candorosos vientos que el tiempo vivido
junto a ti es lo único que en propiedad me llevo, es la única herencia que mi
corazón y mi alma atestiguarán para hacerme meritorio de ser por ti, tu
valiente y enamorado caballero.
Aquí mi amor
te protege,
Mi corazón
te custodia,
En la lírica
progenie
De mi
poética persona.
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