Steve McQueen
Hoy quiero dejar plasmada mi admiración hacia
el talento de ese fenómeno cinematográfico que fue Steve McQueen. Su imagen
reflejada, comúnmente, por una mirada azul entreabierta, bajo unas rubias cejas
pobladas y por un rostro de aire lacónico, quedará para siempre icono-grafiada
en los anales de la historia del cine. Y eso es debido a su relevancia como uno
de los actores más emblemáticos y taquilleros del cine de todos los tiempos.
Aunque
tuvo que sufrir las sombras alargadas de otros mitos de la pantalla de su época,
como Marlon Brando o Paul Newman, Steve alumbró con su actuación las salas de
cine de todo el mundo e hizo un sitio en la historia para aquella pléyade de
personajes lacónicos, mordaces y carismáticos que se enfrascaban en aventuras a
menudo imposibles y que chocaban con la tenacidad y la obstinación de aquellos
antihéroes que protagonizaba. Son memorables sus presencias como Kid en El Rey
del Juego, como Doc McCoy en La Huida, como Papillón en la película homónima o
como Hilts en La Gran Evasión; todas ellas, caracterizadas por aquel estilo
cool (le apodaban The King of Cool) que imantaba la retina del cinéfilo a cada
fotograma en el que aparecía.
Sin
embargo, detrás de aquella fría fachada, rebelaba una imagen candorosa, de gentleman
(out-sider, eso sí) que redondeaba su imagen hasta completar un efecto dramático
soberbio que acomplejaba cualquier crítica desfavorable. Recuerdo siempre su
tándem con Natalie Wood, en Amores con un extraño, una película de otra época
para un actor de otra dimensión.
Su
vida se fue rápida, como a él le gustaba, era un gran aficionado a las carreras,
a las artes marciales, etc. Vivió como quiso y murió como quiso; nada más se
puede pedir.
Como diría Rayo McQueen en Cars…” ¡Kat-Chow,
Steve! “.
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